El caso del coche franchute

Viernes 5 de mayo, carretera N1 dirección Donostia, cercanías de Vitoria. Una inocente joven, a quien identificaremos como L., conduce su flamante coche nuevo con destino a Donosti, huyendo de la asfixiante y deprimente macrourbe conocida como “Madrid”.

No sabe si lo ha alcanzado o le acaba de adelantar, pero tiene delante un coche de siniestro aspecto, y con matrícula francesa. Hay algo en su manera de circular, lento pero con suaves acelerones ocasionales, que parecen indicar a L. “adelántame”. No, indicar no es la palabra adecuada. Retar.

“Lo que me faltaba, un pirado”. L. acelera y rebasa al amenazador automóvil, dejándolo fácilmente atrás. Respira aliviada, y prosigue su viaje.

Pero no todo queda ahí. Segundos más tarde un destello en el retrovisor la sorprende. “Si todavía hay luz, ¿qué hace ese tío?” Un rápido vistazo al retrovisor confirma su sospecha: es el coche francés de antes. “Bien, si quiere adelantarme, que lo haga”. Efectivamente el coche rebasa a L., pero en vez de alejarse reduce su velocidad hasta quedarse justo delante, como en la anterior ocasión.

L. decide no adelantarlo, reduciendo la marcha con la intención de dejarlo ir. Pero no será tan fácil… el coche también frena. Van tan lento que L. se extraña de que otros coches no los alcancen, pero el hecho es que van sólos por la carretera.

Al final, L. decide adelantar y acelerar hasta dejar el coche atrás. Pero este parece que no cede tan pronto, y acelera hasta alcanzarla. L. inicia una carrera desenfrenada por dejar al franchute loco atrás.

[…] Me salto 187 páginas de descripciones de acción a raudales, más que nada porque tengo más cosas que hacer […]

Cuando está llegando a Donosti, L. reduce la velocidad y se prepara para tomar la salida necesaria. El francés loco se posiciona a la par del coche de L. y por primera vez circulan en paralelo cierto tiempo.

L. mira horrorizada cómo dos pares de ojos rojos que parecen refulgir la observan desde los asientros traseros del coche francés. Fijándose más puede ver el contorno de unas cabezas enormes y ligeramente deformes, como la descendencia siniestra de una familia infernal. Lentamente, con exasperante deliberación, la ventanilla del copiloto se va abriendo, dejando ver tras ella la melena rubia de una mujer que bien podría ser una diablesa, con su rostro pálido pero hermoso entre la cabellera revuelta por el viento. Unos complicados gestos, posiblemente satánicos, de la mujer, empujan a L. a bajar su ventanilla, y prestar atención, contra todo lo que su ya torturada razón le avisa. Temiendo oir palabras terribles que perviertan su mente y la subyuguen al Señor de las Tinieblas, L. oye (en francés):

– “¡Gilipollas, llevas el intermitente derecho todo el tiempo encendido!”

1 Comment »

  1. Jose del Moral said,

    May 18, 2006 @ 20:12 pm

    Muy bien relatado, pero esperaba algo más fuerte al final de la historia.

RSS feed for comments on this post · TrackBack URI

Leave a Comment